¿Se Debería Permitir la Restauración Activa en las Zonas Declaradas Como Áreas Silvestres, o Deberíamos Dejar que la Naturaleza Siga su Curso?
- Fernando Moreno-Castillo
- Apr 10
- 9 min read

El Sistema Nacional de Preservación de Áreas Silvestres (NWPS) es una red de tierras gestionadas a nivel federal que resulta fundamental para mantener los espacios silvestres en los Estados Unidos. En 1964, el Congreso, bajo su autoridad, creó la Ley de Áreas Silvestres para designar áreas silvestres en el país (CRS 2022). Ésta define las áreas silvestres como espacios "no manipulados por el hombre" (sin control ni restricciones) y "protegidos y gestionados para preservar sus condiciones naturales" (consideremos aquí lo natural como indígena o nativo). Esto es importante desde la perspectiva de la restauración ecológica, ya que muchas de estas tierras contienen sistemas que pueden servir como sitios de referencia para restaurar otros ecosistemas. Un sitio de referencia se define como un ecosistema natural o mínimamente alterado que actúa como un estándar para guiar y evaluar los esfuerzos de restauración ecológica. Estos sitios proporcionan un modelo de composición de especies, estructura, función y procesos ecológicos que un proyecto de restauración busca replicar. Hasta julio de 2022, existían en los Estados Unidos, 803 áreas silvestres que sumaban aproximadamente 112 millones de acres (CRS 2022).
Las cuatro agencias encargadas de gestionar las tierras incluidas en esta red son el Servicio de Parques Nacionales de EE. UU. (USNPS), la Oficina de Gestión de Tierras de EE. UU. (USBLM), el Servicio de Pesca y Vida Silvestre de EE. UU. (USFWS) y el Servicio Forestal de EE. UU. (USFS). Cada agencia gestiona diferentes tierras según el mandato de conservación asignado. Por lo tanto, esta designación otorga el máximo nivel de protección de tierras en los Estados Unidos. Aunque se permiten actividades recreativas, el objetivo es minimizar el impacto humano. Así, mantener un equilibrio entre la visita humana y la conservación puede ser un desafío, incluso si no se permiten vehículos motorizados, carreteras ni construcciones permanentes.
El Servicio de Parques Nacionales (NPS) incluye en su misión preservar los recursos naturales y culturales mientras permite el disfrute público. Desde una perspectiva de gestión, esto se logra manteniendo altos niveles de integridad ecológica e histórica, promoviendo la recreación no motorizada y minimizando el impacto humano. El Servicio aplica una política estricta de limitar alteraciones, asegurando que las actividades de los visitantes no entren en conflicto con el carácter silvestre.
El mandato del Servicio Forestal de EE. UU. (USFS) es gestionar las tierras públicas para múltiples usos, incluyendo la protección de cuencas, la gestión de recursos y la recreación. Bajo la gestión del USFS, las protecciones silvestres restringen el transporte mecanizado y las actividades comerciales en áreas designadas, equilibrando las prácticas de conservación con usos tradicionales como el senderismo y la equitación en tierras de uso múltiple. El USFS emplea estrategias de gestión adaptativa para conciliar los valores silvestres con otros mandatos del servicio forestal.
La misión de la Oficina de Gestión de Tierras (BLM) es gestionar su vasta red de tierras públicas para una mezcla de usos como el pastoreo, la recreación y la conservación. Supervisa grandes áreas silvestres, a menudo remotas, con políticas que, al igual que las otras agencias, se centran en minimizar el impacto humano. La Oficina debe aplicar los estándares de la Ley de Áreas Silvestres para asegurar que las actividades permitidas no comprometan la experiencia silvestre. También debe recurrir a prácticas de gestión adaptativa para administrar de la mejor manera las tierras públicas bajo su jurisdicción.
Por último, el Servicio de Pesca y Vida Silvestre de EE. UU. (FWS) conserva los diversos ecosistemas en nuestras tierras públicas y las especies que los habitan. El Servicio aborda la gestión de recursos naturales priorizando la integridad ecológica y la preservación del hábitat en áreas silvestres mediante técnicas de gestión que protegen la vida silvestre mientras permiten un uso humano mínimo y no intrusivo.
El título de este artículo plantea dos acciones posibles para las áreas silvestres designadas: permitir algún tipo de restauración ecológica o dejar estos espacios completamente a su suerte. En general, no deberíamos considerar esto en términos absolutos. Ninguna de las dos opciones por si mismas deberían considerarse las únicas vías de acción, ya que posiblemente, podríamos necesitar evaluar la cuestión caso por caso. El argumento a favor de dejar estas áreas sin intervención asume que los paisajes silvestres actuales existen en aislamiento, libres de los efectos antropogénicos (Robin 2014), algo que podemos acordar que no es el caso. Un buen ejemplo son los efectos de las fuerzas climatológicas impulsadas por el cambio climático global y cómo los cambios en un ecosistema pueden propagarse y sentirse en otros sistemas a lo largo del mundo. El cambio climático por sí solo afectará cada acre de esta tierra, un hecho empírico ineludible que hemos decidido colectivamente que no merece un cambio adecuado en nuestras prioridades diarias. En consecuencia, dado que también se permiten actividades antropogénicas en muchas de estas tierras, los esfuerzos de restauración están justificados en muchos casos, a pesar del mandato de la Ley, precisamente porque no estarán exentos de nuestras acciones.
Yo aquí también enfatizaría la necesidad de señalar que los enfoques de no intervención estricta podrían llevar al colapso de ecosistemas frágiles y a una pérdida significativa de biodiversidad. Aunque las áreas silvestres están protegidas contra la conversión de tierras, también sufren los efectos de influencias de fuentes no puntuales. Por lo tanto, una intervención medida y basada en la ciencia puede, en ocasiones, ayudar a los ecosistemas a adaptarse a nuevas realidades mientras se preservan los valores silvestres clave. Este enfoque se describe mejor mediante la Excepción de Requerimiento Mínimo, que permite una intervención humana mínima cuando es necesario, dejando el área silvestre lo menos perturbada posible (Buono 2011).
Un aspecto esencial que a menudo se olvida al considerar el debate científico planteado por esta cuestión, y que me gustaría recalcar, es que la Ley no tuvo en cuenta la perspectiva de los pueblos indígenas en el paisaje antes de la invasión europea, ya que las Primeras Naciones deberían considerarse un aspecto integrado de éste. Durante milenios (Robin 2014), los humanos han moldeado el paisaje de una manera que fácilmente podría argumentarse como sostenible hasta la llegada de los europeos (mis gentes) al continente americano. En muchos casos, tendemos a considerar esos paisajes previos a la colonización como una imagen de referencia de lo que significa que un sitio sea prístino. Robin también argumenta que este principio por sí solo desmantela el mandato de dejar un área silvestre completamente intacta por los humanos.
Me gustaría añadir que la perspectiva indígena difería drásticamente de la perspectiva europea en cómo los colonos europeos veían e interpretaban los paisajes naturales. Aquí, estoy pensando en el Destino Manifiesto, y añado que los colonos europeos contemplaban la naturaleza como una fuerza hostil y amenazante que debía ser dominada, domesticada y "organizada", exhortando esencialmente el dominio y la propiedad sobre ella, un concepto que era ajeno a la mayoría, si no a todos, de los grupos indígenas. Esto contrasta con las cosmovisiones indígenas de una conexión profunda con la tierra desde la perspectiva de ser solo otra especie en el ecosistema que ve la naturaleza como un hábitat que nos sostiene y protege cuando está en equilibrio.
Cuando estudié Historia de EE. UU. en mi primer año de universidad, mi profesor, el Dr. Sicko, explicó que los peregrinos protestantes tenían varios prejuicios basados en la religión (vale, tal vez la parte del prejuicio la he añadido yo) que los hacían ver la naturaleza como caótica, corrupta, plagada de pecado y necesitada de ser "civilizada" por la intervención humana para remodelarla bajo sus valores cristianos; tal era la perspectiva puritana. También consideraban las áreas silvestres como una providencia divina, y su llegada a ellas también un diseño divino que les otorgaba el mandato de conquistarlas como prueba de fé y utilizarlas para construir una sociedad próspera. En mi humilde opinión, si hoy sustituimos la providencia divina por un crecimiento económico ilimitado que prioriza el retorno de inversión de los socios capitalistas sobre la degradación del hábitat y el cambio climático, podemos observar que no ha habido mucho cambio en cuanto a cómo vemos y tratamos el mundo natural.
Lo que necesita cambiar aquí es cómo concebimos el paisaje natural y nuestro papel como simplemente otra especie animal dentro de él, alejándonos así de una mentalidad de excepcionalismo antropocéntrico que nos ha llevado a restaurar ecosistemas en primer lugar. Tampoco estaría de más ir más allá de una mentalidad de gestión estrictamente utilitarista hacia nuestros recursos naturales, y acercarnos más a priorizar la consideración de nuestra propia supervivencia a largo plazo. Tal vez entonces entendamos el verdadero papel de la naturaleza, nuestro hábitat sin el cual nuestra especie está claramente en peligro.
Esto debe considerarse cuidadosamente en este debate filosófico al decidir cómo responder a la pregunta del título. Incluso dentro de mi campo de la biología natural, a menudo batallo con un conflicto interno de cómo, a lo largo de las muchas asignaturas que he cursado para obtener mi título, el tema común parece ser que los recursos naturales deben ser gestionados y principalmente conservados a través de un enfoque utilitarista que prioriza el valor económico para nosotros los humanos y por los servicios ecosistémicos que nos proporciona. Esto es, por supuesto, a menudo cierto, y hay aspectos de ello que asumo fácilmente porque entiendo que no todas los grupos interesados ven la naturaleza por su valor intrínseco y que, como profesional de la vida silvestre, debo entender claramente y reconocer los diferentes valores de los diversos grupos involucrados al dirigirme a ellos, diseñar planes de gestión o recomendar políticas de conservación.
Sin embargo, haríamos bien en incorporar principios indígenas antiguos de conservación ecológica en nuestro enfoque científico y entender que los humanos son y deberían ser parte del paisaje. ¿Cómo sería conservar la naturaleza únicamente por su valor intrínseco? ¿Tendríamos una relación más saludable con el mundo natural si viéramos la naturaleza, sus ecosistemas, plantas, animales y ríos como parientes interconectados con los que compartimos un vínculo? ¿No sería entonces más difícil matarlos o destruirlos? ¿Pensaríamos dos veces al elegir qué ecosistema debe desaparecer para que nuestros edificios puedan elevarse, o qué especies y cuántas deben pagar el precio de nuestro progreso? ¿Cuánto devolveríamos a la naturaleza cuando tomáramos de ella si aplicáramos el sentido ancestral de reciprocidad de los nativos americanos?
Recientemente leí en "Trenzando Hierba Dulce: Sabiduría Indígena, Conocimiento Científico y las Enseñanzas de las Plantas", un gran libro de la profesora potawatomi Dra. Robin Wall Kimmerer, sobre un científico que, al explorar un nuevo sitio para un estudio científico, contrató a un guía indígena para que lo guiara. El botánico, sorprendido por el profundo conocimiento de las plantas que exhibía el guía, lo felicitó, a lo que el guía respondió: "sí, he aprendido el nombre de todos los arbustos, pero aún tengo que aprender sus canciones". Como científicos, aprendemos todos los aspectos y mecánicas del mundo natural. Memorizamos sus nombres en latín, hasta la familia, órdenes, género y especie. Pero, ¿oímos realmente sus canciones, lo que tienen que enseñarnos, lo que podemos aprender de ellas y vivir según ello? Sí, soy consciente de que lo que acabo de preguntar es sacrílego dentro de mi comunidad científica y rompe todos los principios de objetividad, imparcialidad y desapego de los prejuicios personales.
Pero sé, por diversos cursos de sociología que he estudiado, que el Homo sapiens es una especie inherentemente sesgada. A nivel sociológico, es argumentable que el sesgo puede ser desafiado y, tal vez incluso desaprendido, a través de la educación, la exposición a perspectivas diversas y cambios estructurales en la sociedad. Sin embargo, es poco probable que logremos una neutralidad total; todos estamos moldeados por fuerzas sociales fuera de nuestro control. Lo que podemos y debemos hacer, he aprendido, es tomar conciencia de dichos sesgos para minimizar su impacto mientras navegamos la vida o los principios de la ciencia.
Como biólogos naturales, ¿estamos realmente completamente libres de sesgos a través de nuestra formación y estudios? ¿O vamos a fingir que no podemos aplicar el método científico y poner a prueba nuestras hipótesis empíricamente mientras reconocemos simultáneamente nuestras emociones sobre la naturaleza, sean cuales sean, y que éstas no son necesariamente mutuamente excluyentes?
Imaginemos, por ejemplo, a un biólogo natural como un pintor mientras observa una escena silvestre. Admira el paisaje ante él no por su valor utilitario, sino por su derecho inherente a existir; una obra maestra viva de vida interconectada. Se siente inspirado al ver al lobo moverse entre los árboles o al halcón deslizarse por corrientes invisibles. Así que estudia el ecosistema más profundamente, analizándolo a través de su arte. Sin embargo, el artista no pinta a través de suposiciones ni emociones. En cambio, dibuja cuidadosamente cada criatura tal como es, no como desearía que fuera. Documenta los movimientos del lobo con precisión, no solo con admiración, y mide la envergadura del halcón mientras se maravilla de su vuelo sin esfuerzo.
¿Podemos los biólogos naturales ser este pintor, que permanece imparcial mientras ama la naturaleza intrínsecamente, fascinado por su belleza y valor, pero asegurándose de que su pincel nunca añada color donde no lo hay ni omita verdades que deben ser contadas?
Por último, deberíamos reflexionar sobre filosofías indígenas antiguas como las que consideran las próximas siete generaciones, un principio arraigado en muchas culturas indígenas, como la de los iroqueses, que enseña que nuestras decisiones hoy deberían beneficiar no solo a nuestra generación, sino también a las que están por venir. Aplicar esta filosofía a la gestión de áreas silvestres, combinada con un enfoque científico y de gestión adaptativa como una visión activa y a largo plazo, a mí me parece intuitivo. Afortunadamente, el Conocimiento Ecológico Tradicional (TEK) es un campo que está ganando mayor visibilidad y aceptación en audiencias científicas y generales. Aunque a mí me hubiera gustado que mi Licenciatura en Ciencias de la Conservación de Pesca y Vida Silvestre hubiera ofrecido (de hecho, requerido) al menos un curso sobre TEK como requisito básico, pero esa es una historia para otro momento.
"Wopíla tȟáŋka ečhíčhiya yelo" -- Expreso profunda gratitud - expresado en Lakota (Sioux).
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